El Elemento ¿Estás preparado para una batalla más allá de lo natural? Jugar a ser Dios puede costar más de lo esperado... |
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| Autor | Mensaje |
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Lindenar Mensajes : 2 Fecha de inscripción : 24/04/2013
| Tema: La Espada Inmortal Mar Abr 30, 2013 3:05 am | |
| Capitulo 01
No faltaba mucho para que llegaran al castillo, y con ello dejar atrás y lejos de él a aquel chiquillo presuntuoso que era el hijo de uno de los vizcondes de la región. Aquel trabajo de escolta, más que peligroso había sido difícil, solo hubo un intento fallido de parte de un asaltante novicio que cayó directamente en la trampa semicubierta que en realidad solo era el señuelo para una segunda trampa. Escuchar todo el tiempo al pequeño Lord acerca de lo afortunados que eran todos ellos por estar ante su presencia y como él fue bendecido por las diosas y por lo tanto todos debían ser como él. Todas esas palabras resultaban al inicio graciosas pero luego podían ser molestas cuando quien las decía un niño con mucho sobrepeso, baja estatura, brazos cortos y con serios y notorios problemas de visión y más aún el pequeño creían que eran ciertas.
Una vez que el joven noble estuvo a salvo de los enemigos de su padre y de aquellos sirvientes que ante la ausencia de su señor y la forma de actuar del chiquillo, más de uno estaría feliz de matarlo sin importar el precio, el guardián cobró su cuota y advirtió al padre de la facilidad con la que el muchacho lograba ser odiado por quienes le rodeaban, tras lo cual se marcho tranquilamente a buscar una posada con taberna. "Hacia mucho que no me merecía tanto un buen trago" era su pensamiento mientras buscaba la más cercana.
Como era de esperarse, no tardó mucho para encontrar un sitio con las características que buscaba. Alquiló una habitación e inmediatamente fue a una mesa, pidió una jarra de vino, brindo en silencio y comenzó a beber sin prisa e ignorando el alboroto y los cantos del resto de los presentes. Para su fortuna, aquel sitio resultó tranquilo, así como al menos los presentes en ese momento por lo que el mayor percance que tuvo fue un hombre quien terminó de bruces en el extremo opuesto de su mesa, el tipo, más bien regordete y visiblemente ebrio, se disculpó y siguió cantando como si nada hubiese ocurrido. Una jarra después de aquel incidente, el joven de nombre Altair se levantó y llegó a su habitación tambaleándose, se quito las ropas pesadas, atrancó la puerta y la ventana y luego de colocar trampas en ambos accesos se dejó caer en la cama para tener un merecido descanso y un plácido sueño.
Cerca del mediodía se levanto con un poco de resaca "al menos el vino era decente" pensó mientras retiraba las trampas y se vestía, agradeció a las diosas por una noche apacible y permitirle realizar su misión sin disponer de vidas humanas y tras pagar al posadero salió del lugar para comprar algunas provisiones. Debía regresar a la capital imperial para buscar otro trabajo, había muchos hoy en día y debía aprovechar la oportunidad en la que sus servicios eran requeridos con tal constancia. Varios metros cerca del lugar en el que acostumbraba a comprar sus provisiones cada vez que iba a aquella ciudad, vio a un hombre que no le resulto habitual que rondara por ahí, además que para su gusto estaba actuando de manera sospechosa pero en cuanto cruzaron miradas el extraño se alejó del lugar a toda prisa. Ya dentro del local, pidió el paquete acostumbrado y mientras el tendero metía las cosas dentro de un saco el cliente le preguntó
— Hace unos momentos había un sujeto rondando afuera de su tienda ¿Tiene mucho haciendo eso? no le había visto antes por este rumbo. — No, nunca le había visto, pero sepa usted señor Altair que cuando abrí la tienda por la mañana parecía tener ya un rato rondando por aquí.
El tendero era sumamente comunicativo y la peor persona en toda la zona comercial para guardar un secreto, no era mal tipo, tampoco tenía la pinta de serlo, simplemente nunca aprendió cuando y que debía callar, situación a la que en más de una ocasión Altair había sacado bastante provecho. Ya con aquella información, el joven salió del lugar simulando no prestar atención a todo a su alrededor, sujetó el saco de provisiones a la silla en el lomo de su caballo y acarició un poco la crin del animal, entonces hizo el movimiento pertinente para montarlo, pero en lugar de eso utilizó el costado de su caballo para impulsarse y capturar al extraño que ya iba en carrera en su contra con daga en mano y la firme intensión (ahora fallida) de matar al muchacho por la espalda quien una vez que ambos estuvieron en el suelo, en un solo movimiento desarmó a su atacante y le sometió con su propia arma apuntándole en la garganta.
— ¿Eres un asesino o solo un asaltante?, ¿Quien te envió y cuál es tu misión? responde rápido y sabiamente o respiraras tu propia sangre. — Ni asesino, ni asaltante -respondió el hombre que estaba más que asustado, sorprendido-, soy parte de la guardia personal del Conde Philip de Shareburg, me envió para probarle y ofrecerle una oferta de trabajo. La prueba la ha pasado mejor de lo que yo mismo esperaba, no quería creer en su reputación pero al parece está bien respaldada, ahora ¿Podría terminar con la humillación de la que soy objeto en este momento?
El joven se apartó un poco del guardia pero no devolvió arma a su dueño a quien no le pareció mucho importarle ese detalle y mientras se sacudía un poco el polvo que tenía encima y observar discretamente que las miradas ya no estaba sobre ellos comenzó a hablar
— El trato es el siguiente: Usted será contratado como guardia personal de la condesa de Shareburg ya que mi señor está marchando a la guerra y necesita a sus mejores hombres con él. — Existen caballeros para labores de este tipo. Dígame ¿Porque el Conde Philip no juramenta a uno de estos hombres? seguramente le resultará menos costoso. — El dinero no es menester para mi señor en este momento, sin embargo, no confía en lo caballeros que quedan libres hoy en día, no existe ninguno que sea digno de la confianza del Conde, cualquiera de ellos podría intentar usurparlo en su ausencia. — ¿Y yo no? - interrumpe Altair con una mirada intrigante — De acuerdo a su reputación es muy dudoso que lo haga, en estos momentos de guerra con el reino de Amdacrista, usted es la mejor opción para esta labor, por eso me fue ordenada su búsqueda Zer* Altair. — ¿Zer? jamás me habían dicho de esa forma, puede ser que tu señor me esté intentando adular para que acepte el trabajo, mismo que de hacerlo ¿Cual es la oferta y las condiciones que me traes de tu señor el Conde de Shareburg? — 300 piezas de oro por aceptar la misión y además se le pagarán 50 piezas de oro por cada luna que usted permanezca en esa posición en ausencia de mi señor. Claro está, tendrá las comodidades de dormir y comer en el castillo, además de ropas adecuadas para cada ocasión (si usted accede claro está) y dispondrá del herrero siempre que este no esté en labores relacionadas con las que instrucciones que le han sido dejadas. A cambio usted deberá proteger a Lady Ailed y acompañarla en todo momento mientras esté dentro del castillo y con más razón fuera de este, tiene libertado de sospechar de todos los que están en el castillo y deberá llevar una bitácora de los sucesos en los que mi señor deba tomar cartas cuando vuelva de su campaña. Por último Zer Altair, debe darse prisa porque la condesa dejó su antiguo hogar hace tres días -le extiende un sobre con el sello intacto de la casa de Shareburg-, esta es la ruta que está tomando, solo los guías de la caravana conocen esta ruta sin embargo no saben que es la condesa y esperan a un hombre solo más, se identificará con la daga que ahora tiene en la mano, ellos llevan una gemela y es difícil de replicar. Está de más que le pida discreción acerca de la identidad de Lady Ailed hasta su llegada al castillo. Ahora si me disculpa, debo reunirme con mi señor y a usted le espera una larga travesía.
El guardia le extendió un saquito pesado "el pago inicial" le dijo en voz baja, hizo una breve reverencia y se retiró del lugar a toda prisa dejando tras de sí a un Altair un poco sorprendido. Guardó la paga dentro de la bolsa que siempre cargaba en su espalda y rompió el sello de aquella carta para descubrir un mapa con tres rutas trazadas, algunas leyendas y varias notas a considerar en el camino para ya sea evitar enemigos o hacerse de provisiones extras en caso de sufrir algún retraso.
A pesar del retraso de tres día que tenía, al estudiar aquel mapa y hacer uso de las rutas que él había descubierto ( y en algunos casos "hecho") ubico una manera que le permitiría alcanzar la caravana en al menos tres días, por lo que se montó en su caballo y comenzó a andar por el sendero principal en dirección a la ciudad imperial, tal y como hacia siempre que dejaba aquel lugar, esto con el fin de evitar sospechas, pues estaba seguro que al menos una persona se habría dado cuenta de su conversación con el extraño y le habría resultado interesante. Luego de avanzar un poco más allá del horizonte de aquella ciudad dejo aquel camino, espoleó a su caballo y se marcho al despoblado a toda prisa con la idea en su mente de tener le trabajo mejor pagado y posiblemente más fácil de su carrera hasta ese momento. *Zer es un titulo que se le da a aquellas personas que por alguna razón no han sido ordenados caballeros y sin embargo, poseen todas las calificaciones para convertirse en uno. |
| | | Ailed Doncella de espíritu profético
Mensajes : 50 Fecha de inscripción : 26/03/2011
| Tema: Re: La Espada Inmortal Vie Jul 26, 2013 11:53 pm | |
| Lo que debes hacer es darle un heredero. La voz de su madre resonaba una y otra vez en su joven cabeza. Con un largo y melodioso suspiro intentó hacer que se esfumase, por enésima vez aquella mañana. Tenía ya dos días que había salido de la ciudad de Enereth, donde su marido, el ahora Conde de Shiring, había poseído grandes y productivas tierras durante más de doce años. Ahora, sin embargo, había sido nombrado Conde por un Rey agradecido, y ella era Condesa de un lugar desconocido. Dejó caer cansadamente los párpados y recostó un poco su espalda y cabeza en la pared forrada con piel y rellena de lana para la comodidad de quien usase el carro. En sí era simple, algo que cualquier señor dueño de buenas tierras pudiese rentar a precio moderado, pero ella sabía que era así porque estaba en peligro. La idea la consternaba. Ahora, además de tener que preocuparse por quedar encinta, estaba en peligro. Colocó sus delgadas y pálidas manos sobre las rodillas, cubiertas por la tela de un vestido rojo y verde sencillo. Sabía perfectamente que su progenitora tenía toda la razón en sus consejos, pues si no daba un heredero a su esposo, el Conde, y este llegaba a morir en la guerra, el Rey podría entregarla a cualquier hombre por esposa. Aquel pensamiento la aterraba. Su esposo no era un mal hombre, y ella sabía que entre los que peleaban aquella guerra, había muchísimos asesinos despiadados y hombres despreciables. Sin embargo. la última vez que había visto a su señor esposo no habían compartido más que un efusivo y cariñoso abrazo, y un dulce beso qué él depositó en su frente. Se llevó dos dedos a la zona como si aun lo sintiese. Luego de eso dejó escapar un poco de su angustia en forma de otro suspiro, girándose hacia la derecha para abrir un par de centímetros las cortinas que protegían de las miradas el interior de su carro, tirado por dos caballos. En dos días más, le habían dicho, cambiaría de carro. Todo eso la estaba desconcertando demasiado, pues no podía acostumbrarse a la idea de tener que estar tan sobreprotegida. Sabía por labios del Conde que pronto llegaría como escolta suya un hombre de grandes habilidades y con quien ella no tendría que temer nada. Él, sin embargo, no había entrado en detalles, pues a pesar de que entre hombres siempre se destaca la grandesa de otros hombres, decírselo a una mujer es innecesario. Ellas no entienden de eso. O al menos así lo ven ellos. Cerró de nuevo la cortina al notar que un cabello a su lado se acercaba más. Seguramente el hombre que vigilaba por ahí hubo notado la forma en que ella buscaba divisar algo. Dos golpes contra la estructura del coche la sobresaltaron. –Mi señora, ¿necesita usted algo?– Preguntó una voz desconocida. Sus sirvientes normales había cogido otro camino, para librar sospechas, por lo que no les vería hasta llegar al Condado. A falta de ellos, el Conde había elegido varios de sus hombres de batalla para que la guiaran, con ropas de simples civiles, hasta su nuevo hogar. –No, no. Está todo bien.– Hizo saber con la voz menos temblorosa posible. Pero la verdad estaba muy inquieta. –Haremos una pausa de una hora, para dejar descansar a los caballos. Las sirvientas entrarán para atender sus necesidades, ¿de acuerdo?– Ella sintió, por impulso, recordando luego que nadie la miraba. –Sí, sí. Está bien, muchas gracias.– Y tras hablar, el carro se detuvo de golpe, haciendo que casi cayes sobre el asiento de enfrente. Sin embargo logró componerse y en cuestión de minutos dos doncellas estaban dentro, con un nuevo vestido y contenedores de agua tibia. Se preguntó cómo la mantendrían tibia o si ellas se abrían adelantado para encender fuego poder calentarla. Aun así no intercambió muchas palabras con ellas. Sencillamente se aseó y dejó que la vistieran y peinaran. Una de ella le comentaba sobre el Condado, pues era doncella allá desde su nacimiento, prácticamente. Ailed le sonreía con cortesía, demostrando muy poco su incomodidad y siendo menos discreta en su agradecimiento. Tras el aseo se fueron del coche para deshacerse de las cosas y regresar con la cena. A pesar de que les rogó, ninguna de ellas aceptó acompañarla en sus alimentos, por lo que, tras cenar sola, y avisar que había terminado, le fueron retiradas las sobras y los cubiertos, antes de que se preparase el coche para servir de lecho. Sabía bien que los hombres seguían recorriendo los caminos hasta que casi oscurecía, y ella estaba acostumbrada a dormir antes por lo que no dudó en caer en los brazos del sueño un par de horas después de que reanudaran la marcha. Era un viaje largo y tedioso, pero lo que más temía era lo que le esperaba al llegar a su nuevo hogar. Estaba aterrada de no ser lo suficientemente buena para administrar todo un condado, en ausencia de su esposo por causas de guerra. Y lo más aterrador era que él muriese, sin tener un heredero. |
| | | Lindenar Mensajes : 2 Fecha de inscripción : 24/04/2013
| Tema: Re: La Espada Inmortal Jue Ago 15, 2013 12:52 am | |
| El camino no había sido fácil, no podía descansar mucho, no solo para alcanzar a la caravana sino porque la ruta no se lo permitía, sin embargo, estaba rindiendo frutos. La noche anterior pudo ver un fuego en lo que creía era la ruta trazada en el mapa, la distancia aún era considerable pero era menor y si mantenía el paso podría toparse con ellos (como era su intensión) durante la luz del día. Él sabía que un encuentro nocturno era algo que ninguna de las dos partes quería, al amparo de la noche las desconfianzas y otros tipos de demonios andan sueltos y dificultan ciertas labores.
Así pues hizo su camino tan rápido como la naturaleza se lo permitía, hasta que llegó a lo que él suponía era el sendero por el que pasaría el carruaje de su “protegida”. Ahí se dio cuenta que el cielo estaba cerrado y algunos relámpagos comenzaban a hacerse notar, era preludio de que llovería y eso podría atrasar a la caravana que estaba esperando por lo que decidió bajarse del caballo y se puso una capa de color verde oscuro y avanzó hasta el final de un recodo que encontró cerca, se resguardó en la parte externa del giro para no sorprender a los guardias y generar violencia innecesaria o más tensión de la que daba por seguro que habría por culpa del clima.
Para el momento en que el explorador de la caravana estuvo a la vista de Altair llevaba ya cerca de una hora que había comenzado a llover y como él había supuesto la marcha se había hecho lenta. El hombre le miró con cierta desconfianza y se acercó lo suficiente para que su voz se escuchara por encima del torrente que caía en ese momento
— Es un lugar poco usual para que una persona este de pie debajo de esta tormenta, vuestro caballo se ve en buenas condiciones, mejor que usted tal vez, digame ¿Qué hace aquí? — Esperando vuestra llegada, no se alarme supongo que le fue informado que me uniría a su caravana. — Yo no vengo con caravana alguna, ¿Qué le hace suponer tal cosa? — Quería evitar explicaciones innecesarias, pero dada la tensión del ambiente supongo que debo hacerlo: Cuando alguien viaja solo, en un camino a los lindes de un bosque, tal como este, procura llevar un paso apresurado, sobre todo cuando es golpeado por una lluvia como esta, así que si usted lleva un paso calmo quedan dos opciones; le gusta disfrutar de la lluvia y el bosque o como es su caso, es un soldado con ropas normales, no puede negar su procedencia, la forma en que monta su bestia y la manera en que lleva las riendas con la mano izquierda dejando la diestra lista para entablar combate lo delatan. Y antes que usted adelante suposiciones, no soy un asaltante si me permite le daré aquello que me acredita como quien busca.
El muchacho, con movimientos lentos y siempre visibles para su interlocutor sacó de debajo de la capa la daga que le diera el guardia del Conde. A pesar de aquello el hombre desnudo su espada y le pregunto al chico
— ¿Qué tal si esto es una emboscada y tu eres uno de esos malditos asesinos que andan sueltos por todos lados? — Pregunta sensata pero de respuesta simple. De ser una emboscada para una caravana lo ultimo que debes hacer es conversar con el explorador, es mejor matarle sin que sepa que pasó y cuando el resto llegue al lugar el cadáver provocara que el pelotón se distraiga por instante, el suficiente para que esos asesinos hagan su trabajo.
Con esta explicación el hombre se dio por convencido, tomó la daga que le estaban ofreciendo y aún con el arma en la mano esperaron al resto de la comitiva, espera que no fue larga y una vez más el ambiente se lleno de tensión cuando los conductores del carro vieron al explorador en compañía de un desconocido, una vez más tuvo que dar sato y seña de todo, con lujo de detalles y sus manos siempre lejos de sus armas. Cuando al fin hubo conseguido que le creyeran a pesar de su apariencia (algunos creían que el nuevo guardián sería un noble caballero o un poderoso guerrero de dimensiones descomunales, pero si la guardia del Conde le había elegido tendría sus méritos).
Una vez que se incorporó al grupo como el guardián de Lady Ailed avisó que revisaría toda la comitiva para poder garantizar la llegada a salvo de su protegida y mientras seguía cayendo la lluvia, y con el afán de llevar a buen término su misión, el joven mercenario no omitió detalle alguno a pesar de recibir algunos insultos y otras tantas burlas “tendré que ganar su respeto por la vía divertida” se dijo así mismo mientras terminaba la inspección. Ya con la lluvia amainada, el terreno libre y siendo la hora de cenar para la señora de Shareburg, el mismo Altair tocó con delicadeza a la puerta del carruaje para indicarle a la pasajera la situación.
— Condesa, mi nombre es Altair y es sido asignado por su esposo para fungir como su guardían. Permítame anunciarle que la lluvia ha cesado y es buen momento para que descanse y coma un poco, y también le recomiendo que salga de ese encierro por unos instantes mientras queda un poco de luz.
El muchacho se hizo a un lado de la puerta y busco, con la mano en la empuñadura de su espada por indicios de cualquier cosa que pareciera sospechosa en lo que su protegida salía del carruaje. |
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